Fedea publica hoy una nota de A. de la Fuente en la que se repasa la evolución observada y prevista de la natalidad, la mortalidad y las migraciones en España, así como su impacto sobre la población del país y su estructura por edades durante el último medio siglo y el medio siglo que viene. En la primera parte se analizan las causas inmediatas del proceso de envejecimiento que registra nuestro país y se describe su evolución desde 1970 hasta el presente. La segunda se centra en las perspectivas demográficas para las próximas décadas de acuerdo con las proyecciones de población elaboradas por el INE, Eurostat y la AIReF. La discusión se centra en las similitudes y diferencias entre las distintas proyecciones y entre las hipótesis básicas y modelos que las sustentan, así como en las implicaciones del análisis para la política migratoria y la sostenibilidad de nuestras cuentas públicas.
Durante el último medio siglo, la población española ha experimentado un rápido proceso de envejecimiento generado por un fuerte aumento de la esperanza de vida y, muy especialmente, por el desplome de la tasa de natalidad hasta situarnos entre los países con menores índices de fecundidad del mundo. La fortísima entrada de inmigrantes que se produjo durante la primera década del siglo permitió revertir parcialmente este proceso durante algún tiempo, pero la llegada de la crisis de 2008 puso fin a la tregua y supuso la vuelta en pocos años a la tendencia previa de la tasa de dependencia de mayores.
De cara al futuro, las proyecciones de población elaboradas por las agencias estadísticas española y europea y por la AIReF coinciden en que, una vez superado el bache del Covid, la esperanza de vida continuará aumentando a buen ritmo durante las próximas décadas con los avances en medicina y salud pública. También coinciden en que nuestras bajísimas tasas de natalidad actuales comenzarán a recuperarse en alguna medida, acercándose a las de nuestros vecinos europeos, pero sin alcanzar el nivel de 2,1 hijos por mujer que sería necesario para mantener la población constante en ausencia de flujos migratorios. Menos acuerdo existe sobre la posible evolución de la inmigración neta, una variable con un comportamiento pasado mucho más volátil que la natalidad o la mortalidad y por ello más difícil de predecir con un mínimo margen de confianza. Mientras que el INE ha recurrido a una encuesta entre demógrafos y Eurostat basa sus predicciones en una hipótesis genérica de regresión a la media y convergencia entre los países de la UE, la AIReF se apoya en un modelo estructural de migraciones bilaterales, una base en principio más firme que las anteriores pero que, a la vista de los pobres resultados de la estimación y de la sensibilidad de sus predicciones a los detalles de la especificación y el período muestral utilizado, también plantea serias dudas.
Pese a sus diferencias, las tres proyecciones que se analizan en la nota apuntan hacia una continuación del proceso de envejecimiento que llevaría a duplicar la tasa de dependencia de mayores de aquí a 2050, poniendo una gran presión sobre nuestro sistema de pensiones y sobre otras partidas importantes de gasto público, como la sanidad y la dependencia. Uno de los factores que podrían mitigar este shock sería un fuerte y sostenido repunte de nuestro saldo inmigratorio neto. Como muestra la experiencia de los primeros años dos mil, tal repunte no es descartable, pero sería muy arriesgado dar por sentado que llegará y durará lo suficiente para resolver los problemas de nuestro sistema de pensiones. Como mínimo, haría falta un plan B.
Hay, además, al menos dos buenas razones adicionales para optar por la prudencia en este área. La primera es que una inmigración elevada no será suficiente para garantizar la sostenibilidad de nuestras cuentas públicas. Para facilitar la consecución de este objetivo, necesitaríamos también que el grueso de los inmigrantes fueran jóvenes con un nivel de cualificación elevado y un buen dominio del idioma, lo que podría no ser fácilmente alcanzable, especialmente si el influjo migratorio es elevado. La segunda es que un fuerte influjo de población procedente de países con culturas e idiomas muy diferentes de los nuestros podría generar complicados problemas de absorción, como ha sucedido en otros países europeos. Por ambos motivos, convendría no caer en la tentación de pensar que una política migratoria laxa podría ofrecer soluciones indoloras a los problemas de nuestro sistema de pensiones. Más útil sería una política migratoria proactiva y selectiva que busque atraer a inmigrantes bien cualificados y tan culturalmente cercanos como sea posible.
Trabajo completo, véase:
de la Fuente, A. (2022). “España 1970-2070: Tendencias y proyecciones demográficas con un ojo puesto en las finanzas del sistema de pensiones.” FEDEA, Estudios sobre la economía española no. 2022-04, Madrid.